Resumen: La izquierda política pretende tener el monopolio de la ética y la virtud, y supone que la derecha carece de cualquier valor humanista. Pero detrás de esa pretensión late un nuevo totalitarismo «Puesto que la izquierda representa la única posición virtuosa, cualquier acto, por abominable que sea, queda justificado si es de izquierdas»
Un buen amigo, socialista de toda la vida, me reprendía hace unos días por el contenido crítico con el Gobierno de alguno de mis artículos, advirtiéndome que la gente iba a pensar que soy «de derechas». Bueno -le contesté-, no sé si lo soy; pero, si lo fuera, ¿por qué tendría que avergonzarme? ¿Acaso no eres tú de izquierdas y no solo no lo ocultas sino que paseas tu carné del partido con más orgullo que si te hubieran concedido la Gran Cruz del Mérito Civil?»
Hay que reconocerle a la izquierda su capacidad para haber logrado que el mundo acepte como un dogma su monopolio de la ética, sobre la base de que defiende los valores humanos, la igualdad, la libertad, la paz, la tolerancia, la defensa del medio ambiente o la protección de la mujer, mientras que Ia derecha es egoísta, explotadora, clasista, fascista, belicista, intolerante, arrasadora del planeta y machista. Frente al altruismo de la izquierda, la derecha no busca más que la riqueza y el poder, para lo que se sirve de la religión -la católica, por supuesto-, a la que tiene a su servicio.
Desde este planteamiento, tan simple como evidentemente falso, en el que la izquierda representa la única posición virtuosa, cualquier acto, por abominable que sea, queda justificado si es de izquierdas, puesto que hay una ética superior que lo ampara. Acaso sea por ello que los mayores horrores del siglo XX se personifiquen en la persona de Hitler, mientras se exculpa al camarada Stalin, genocida tan terrible como el propio Hitler. O, hasta el extremo casi ridículo de que el debate sobre cuál es el medio de transporte más adecuado, si el tranvía o el metro, se suponga innecesario en cuanto se proclama sin sonrojo, como un axioma, que el tranvía es de izquierdas.
Atribuida la exclusiva de la virtud a la izquierda, poco importará que mienta, sea corrupta o cometa delitos, puesto que, haga lo que haga, siempre será preferible a la derecha. De esta forma, los cargos públicos de la izquierda no tienen por qué avergonzarse de sus sueldos millonarios, del coche oficial, de los viajes de lujo pagados por los contribuyentes. Un juez de izquierdas no puede ser acusado de prevaricación y si nada menos que el Tribunal Supremo osa hacerlo es que sus miembros son fascistas. Políticos, intelectuales y faranduleros izquierdistas, que juran amar la libertad por encima de todo, callan miserablemente ante dictaduras como las de Cuba, China o Corea del Norte.
Es este planteamiento maniqueo y excluyente el que explica la pervivencia del antiamericanismo belicoso de quienes, nostálgicos de los tiempos de la Unión Soviética, creen que hay que apoyar a todos cuantos movimientos en el mundo se opongan a Estados Unidos, de forma que los buenos son ahora Ahmadinejad, Chávez, Morales, Ortega, los Castro, incluso Bin Laden. Poco importa que repugne a cualquier mente pensante considerar a Bin Laden como de izquierdas. Si es antiyanqui, es de los nuestros.
Del mismo modo, ya que la derecha y la izquierda se configuran por su relación con el capitalismo, queda justificado que los movimientos anticapitalistas se atribuyan el monopolio de la violencia.
Los radicales pueden impedir que Rosa Diez o José María Aznar hablen en una universidad, pero que nadie toque un ápice de sus derechos o se le ocurra boicotear una conferencia de Saramago. Y, mientras los movimientos fascistas o neo nazis son perseguidos por ser violentos, la tolerancia es total con los anti sistema, cuyos métodos son idénticos. Pueden montar algaradas callejeras, apedrear a los policías y romperles la cabeza, quemar cajeros o destruir bienes públicos y privados mientras las fuerzas del orden público ya se cuidarán de utilizar la fuerza para impedirlo.
Dice Pilar Rahola que «hoy, la izquierda, instalada en un feroz relativismo ético, monopoliza la defensa de la libertad pero la traiciona con la misma intensidad con que grita su nombre». Y es que detrás del monopolio totalitario de la ética no hay más que una nueva forma de fascismo.
© 1997 - - La Güeb de Joaquín | |||||
Joaquin Medina Serrano
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